EL CIUDADANO KANE (II)
Cuerpo.
William Randolph Hearst (29 de abril de 1863 – 14 de agosto de 1951) fue uno de los más poderosos e influyentes hombres de prensa del mundo. Comenzando su carrera en 1887, heredaría el negocio de su padre llevándolo a niveles no antes conocidos. Dueño del diario The San Francisco Examiner y The New York Journal, Hearst mantuvo confrontación con sus rivales más allegados creando y eecandalizando a la sociedad con la creación de la prensa amarilla. Hearst sería el primero en convertir historias banales en grandes escándalos, suscitando el morbo de la gente y creando historias ficticias que ensalzaran la curiosidad popular. Muchas de estas historias no eran tocadas en otros periódicos por una cuestión de ética, dándole a Hearst la oportunidad de atacar a quien quiera que él eligiera. Hearst triunfaría, logrando apoderarse de treinta diarios importantes en todo Estados Unidos, obteniendo así el negocio más grande de periódicos del mundo. Hearst trató de incursionar en el mundo de la política sin éxito, pero sus diarios mantuvieron influencia trascendental en las decisiones sobre el país. Uno de los escándalos más sonados en Hollywood, la muerte de una actriz debutante, Virginia Rappe, en casa del comediante Roscoe “Fatty” Arbuckle es un ejemplo claro de cómo Hearst manejaba los escándalos. Rappe murió de peritonitis, pero los periódicos de Hearst buscaron dañar al cómico, muy conocido en su tiempo por colaborar con Chaplin y con Keaton y cuyas expectativas eran altísimas para el estrellato. Hearst publicó historias que venían desde orgías frecuentes en casa de Arbuckle hasta crueldad sexual en donde el cómico supuestamente habría matado a Rappe a golpes durante un encuentro íntimo. Las historias de fiestas dionisiacas dentro de Hollywood eran algo conocidas y en la mano de Hearst se convirtió a Arbuckle en el chivo expiatorio para que todas las tramas del magnate. El cómico sería encontrado inocente, pero su reputación fue destruida, nunca más pudiendo trabajar con libertad siendo sus películas censuradas y muriendo en el olvido. Cuando Welles hizo El Ciudadano Kane, Hearst hizo todo lo posible para destruir su vida, su reputación y su película.
La película de Welles era una combinación de varios personajes importantes, incluida la vida del mismo director, pero era notable la influencia de Hearst en el personaje. Mankiewicz tenía una ligera aversión hacia Hearst y lo hizo punto clave de su perspectiva. En la película las referencias a él pasan desde las grandes comparaciones hasta detalles que resultarían odiosos y de mal gusto, como el hecho que la palabra Rosebud (capullo de rosa), por la cual se guía toda la película, era una manera subliminal como Hearst se refería a las partes íntimas de su amante, la actriz Marion Davies. Hearst hizo todo lo posible para condenar la película y evitar cualquier propaganda y desarrollo. Sobornó a otros editores e impidió las circulaciones, compró cadenas de cine para evitar su realización y el nombre de Welles no debía ser mencionado por ningún motivo en sus diarios. A ello se le sumó una reunión con el jefe de MGM, Louis B. Mayer, en donde se acordó la suma de 805 mil dólares a ofrecer a los estudios RKO para destruir todos los negativos de la película, y de hundir la empresa si estos no aceptan. La cabeza de RKO, George Schaefer, no aceptó la propuesta, creyendo una exageración dichas demandas y apoyándose en Welles como su principal carta. El hecho sería que la película se convertiría en la sexta más taquillera del año pero no podría luchar contra toda la mecánica que hubo tras ella. En la premiación del Oscar, la película sería nominada en 1941 a nueve nominaciones ganando solamente por el guión original. En dicha ceremonia, varias estrellas como Cary Grant o James Stewart fueron incentivados por sus estudios para abuchear cada vez que el nombre de la película estuviera en el aire. El daño creado por Hearst no solo se extendería ante la modesta respuesta de la película, sino ante la imagen de Welles para su futuro en Hollywood y en el cine. Welles nunca más tendría el control total sobre sus películas y muchas de ellas sufrirían recortes y prohibiciones.
La película sería archivada y olvidada. El presente de Welles después de El Ciudadano Kane fue atroz. Su reputación quedó devastada y sus futuras propuestas gozaron de algún logro, pero nada que pudiera levantar su carrera. El Ciudadano Kane quedaría como una curiosidad, sin mayores atisbos de recuperación. Sería en los años sesenta en Francia cuando un grupo de intelectuales y críticos de cine, con las cabezas principales de Francois Truffaut y Jean-Luc Godard, quienes empezarían una revolución dentro del cine al lado de su revista crítica Cahiers du Cinéma y a la creación de un nuevo estilo cinematográfico: la Nouvelle Vague francesa. Dichas fuentes, tan enriquecedoras como controversiales, hicieron que la perspectiva sobre el cine en Francia cambiaría y cuando estos críticos empapados de un conocimiento extraordinario de la historia del cine mundial y de técnicas innovadoras empezaron a crear filmes inolvidables, toda una revolución se convirtió en un movimiento establecido y respetado. Dentro de dicha óptica, El Ciudadano Kane fue el eje de recuperación de todo aquello que ellos reconocían como una fuente absoluta del verdadero cine, siendo Truffaut su más entusiasta defensor. Fue así, que los años sesenta serían claves para El Ciudadano Kane, convirtiéndose en Francia y en Europa en un incontenible legado artístico y volviendo a Estados Unidos como uno de los más importantes momentos del cine mundial.
¿Pero que hace a El Ciudadano Kane ser nombrada como la mejor película de todos los tiempos? Dicha distinción propone una creación sin precedentes, que vaya más allá de todos los esfuerzos logrados por directores de una altísima calidad. Y es que dejando de lado la controversia rodeada en su creación, ya sea en su autoría y en la figura descoyante de Hearst, El Ciudadano Kane propone lo que Welles buscó durante toda su vida en todo aquello que se embarcaba: la calidad de algo novedoso, de algo que jamás había ocurrido hasta su época. Como en el teatro y en la radio, Welles emplea elementos impensados para la época, no solamente haciendo de ello un discurso difícil de entender, sino que creando una nueva forma de narrativa, destrozando convenciones y asegurando dicha rareza con los efectos visuales y cinematográficos que desafían a toda una industria y que efectivamente, hacen de esta película la más grande todos los tiempos...
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