Intro.
Robar,
estafar, delinquir. Palabras no asociadas con el amor sino con la escoria de
nuestro planeta. Esa fascinación enfermiza por adoptar caretas y engañar a
cualquier extraño cuyo nombre y rostro pertenecen a un lugar inexistente pero
que lleva muchas sonrisas en el camino. Es esa necedad del ser humano por dejarse
llevar ante cualquier historia que vislumbre ser romántica, aún más si está
acomapañada de un bello rostro. Al final del día, ladrones serán ladrones… pero
ladrón que roba a ladrón, tiene mil años de perdón.
Cuerpo.
Ernst Lubitsch
había labrado su carrera en el cine mudo a través de cortos de comedias de
alcobas y relaciones de parejas. Esta inusual presentación lo llevaría a
Hollywood, donde mantendría esta tónica combinándola con dramas románticos.
Este peculiar acercamiento a las relaciones humanas rodeada de un sarcasmo
inusual lo encumbrarían como obras de autor, en donde un toque particular
definiría su estilo y a partir de 1932 con la exhibición de Un Ladrón en la
Alcoba se empezaría a hablar de lo que se conoce como el toque Lubistch.
Un Ladrón en
la Alcoba sería el comienzo de una serie de películas románticas en donde las
relaciones de pareja no se apegan a reglas o cuestiones morales, sino que se
dejan llevar por un aspecto sexual, el cual para estas fechas era delineado de
manera muy subjetiva, llegando a límites permitidos y con bastante innuendo de
aquello que se podía transmitir. En este sentido, Lubitsch era muy inteligente
de lo que quería mostrar y si bien sus películas sufrirían posteriormente por
la censura cuando el código moralista tuviera fuerza en Hollywood, era una
muestra diferente la creación de comedias inteligentes, atrevidas y de
convenciones morales creadas solamente en la cabeza de su director. Entregas
como Una Mujer para Dos (1932), Ninothcka (1939), El Bazar de las Sorpresas
(1940), Ser o no Ser (1942) o El Diablo dijo No (1943), son ejemplos de la
pericia de Lubitsch para mostrar situaciones atípicas, picantes y de gran valor
que solo funcionan en el tipo de ficción que nos quería mostrar.
Cerrando el
trío se encuentra Kay Francis. Otra de las luminarias de los años treinta,
Francis sería la reina de los estudios Warner. Su versatilidad y carisma la
llevaron a múltiples producciones donde resaltaba totalmente, siendo también un
rostro conocido en revistas, entrevistas y la vida social de Hollywood. Su
estrella estuvo presente en los años treinta pero se fue diluyendo hasta su
último filme en 1946. A notar entre las actuaciones secundarias al gran C.
Aubrey Smith, un actor británico que empezó su carrera en los años diez y al
siempre entretenido Edward Everett Horton, un gran referente en las comedias de
enredo y una figura recurrente en más de tres décadas.
El éxito de Un
Ladrón en la Alcoba la colocaría como una de las mejores películas de 1932.
Lamentablemente se vería afectada por el código moral de Hollywood que en 1935
no aprobaría la exhibición del filme y esta no se volvería a ver hasta 1968.
Aún así y en su momento, el filme fue un triunfo en toda medida para sus
participantes. Lubitsch empezaría a destacar con su propia técnica y lanzaría
las carreras de sus divas, tanto de Hopkins y Francis, al mismo tiempo que le
daría a Marshall la posibilidad de ser el galán de películas románticas de gran
nivel, siendo reconocidos en Estados Unidos como grandes representantes de dramas
y comedias durante los subsiguientes años.
Datos.
Título
Original: Trouble in Paradise
Dirección: Ernst Lubitsch
Año: 1932
País: Estados Unidos
Intérpretes: Miriam Hopkins, Kay Francis, Herbert Marshall, Charles Ruggles, Edward Everett Horton, C. Aubrey Smith, Robert Greig
Duración: 83 min.
Dirección: Ernst Lubitsch
Año: 1932
País: Estados Unidos
Intérpretes: Miriam Hopkins, Kay Francis, Herbert Marshall, Charles Ruggles, Edward Everett Horton, C. Aubrey Smith, Robert Greig
Duración: 83 min.
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